Garantizar la conservación de las superficies de madera pasa por barnizarlas de vez en cuando. Solo pensar en ponerse manos a la obra puede dar pereza, pero esta tarea resulta mucho más sencilla de lo que se cree. Para ello, se necesita el producto en sí, brocha – hay que asegurarse de que no pierde cerdas – y lija. Si el barniz es al agua, es recomendable el empleo de guantes, pero la mascarilla no es necesaria. Y, como siempre, se debe preparar la zona en la que se va a trabajar previamente, protegiendo los elementos de alrededor y asegurándose de que haya una buena ventilación en la estancia. Una vez dispuesto este operativo, ¡pasamos a la acción! 😀
El primer paso es pulir la madera con la lija, siempre a favor de la veta. Si se trata de una superficie nueva, una fina sería suficiente. El objetivo es eliminar irregularidades para conseguir un acabado uniforme.
A continuación, hay que limpiar a conciencia el polvo de toda la pieza. Si no se hace bien, el barniz puede quedar con impurezas. De hecho, es aconsejable realizar este tipo de trabajo en interior para que no se adhieran partículas durante el proceso.
Ahora, llega el momento de aplicar la primera capa, que ha de estar rebajada en un 30%, aproximadamente, con disolvente. Los movimientos de la brocha también han de seguir el curso de las vetas. Al terminar, hay que dejar secar durante 24 horas para después volver a lijar con un grano de 280.
Por último, se procede con las manos restantes, cuya cantidad dependerá de las indicaciones del fabricante. Es importante no cambiar de barniz y respetar el tiempo de secado en cada una de ellas. El remate final será un lijado suave, siempre y cuando la madera no se ralle con ello, y una laca de acabado si se desea.
¿Os atrevéis a darle longevidad a vuestros muebles? 😛