Que las casas tengan un impacto mínimo en el entorno puede sonar idílico, pero reducirlo es más factible de lo que comúnmente se cree. A veces, es solo cuestión de cambiar hábitos cotidianos que se mantienen por ignorancia o por costumbre, sencillamente. Por ejemplo, este sería el caso de fregar los platos o lavarse los dientes con el grifo cerrado: parece una tontería, pero este sencillo gesto supone un considerable ahorro en el largo plazo.
Es más, si a ello sumamos la optimización de recursos en otros ámbitos, el importe de las facturas en general comenzará a disminuir progresivamente y, con ello, algunas de las negativas consecuencias que el medio ambiente padece por nuestra actividad diaria. Seguramente, habéis leído en más de una ocasión recomendaciones al respecto, como las siguientes:
- Reciclar la basura generada en el hogar
- Cambiar la iluminación tradicional por bombillas de bajo consumo o LED
- Renovar los electrodomésticos optando por los que tienen una calificación energética A+ como mínimo
- Emplear productos de limpieza y de decoración que ofrezcan una garantía ecológica en su fabricación y distribución
- Regular la calefacción y el aire acondicionado con moderación, evitando las temperaturas extremas
Sin embargo, el quid de la cuestión es otro: ¿habéis probado a ponerlas en práctica? Efectivamente, todas implican un esfuerzo, también económico en muchos casos, pero ello se amortiza con el tiempo en beneficios particulares y comunes.